La Unión Europea: Él enfermo de Europa?

La UE ha sido hasta hoy una historia de integraci—n: el intento de arrastrar a cada vez m‡s pa’ses hacia un modelo de democracia liberal, aunque chocara con el modelo pol’tico de su historia. Como se explica en este debate, la tarea ha salido razonablemente bien, pero en este momento Europa parece no saber por d—nde proseguir su tarea.

La UE ha sido hasta hoy una historia de integraci—n: el intento de arrastrar a cada vez m‡s pa’ses hacia un modelo de democracia liberal, aunque chocara con el modelo pol’tico de su historia. Como se explica en este debate, la tarea ha salido razonablemente bien, pero en este momento Europa parece no saber por d—nde proseguir su tarea.

DŽficit democr‡tico, fatiga por la ampliaci—n y aœn m‡s fondos de rescate: Àexiste todav’a futuro para una Europa comœn? En una discusi—n publicada dentro de la serie de Eurozine titulada “Europa habla con Europa”, prominentes intelectuales y analistas de la Europa occidental y oriental diagnostican las causas del actual malestar en la Uni—n Europea.

Therese Kaufmann: Martin Simecka, en una ocasi—n dijiste que el momento pol’tico m‡s importante para Eslovaquia no fue 1989, sino 1998, en referencia al momento en la historia pol’tica eslovaca en el que cay— el gobierno autoritario y nacionalista de Vladimir Meiar. TambiŽn has dicho que este cambio pol’tico fue resultado del esfuerzo conjunto de muchos grupos distintos de la sociedad eslovaca: intelectuales ONG, medios, pol’ticos y diplom‡ticos. ÀQuŽ es necesario para la transformaci—n pol’tica? ÀPuede Europa aprender algo de la experiencia eslovaca?

Martin Simecka: A veces me siento m‡s un experto en desintegraci—n que en integraci—n. Yo era parte del movimiento que provoc— la desintegraci—n del imperio comunista en 1989; despuŽs fui un testigo muy entristecido de la desintegraci—n de Checoslovaquia en 1992; despuŽs de un acontecimiento mucho m‡s feliz, la desintegraci—n del rŽgimen autoritario de Meciar en 1998. Lo que he aprendido de todo esto es que todo se trata de ideas. El sistema comunista se vino abajo porque dej— de tener una idea de su propio futuro. Meciar cay— porque la sociedad cre’a en ideas que eran m‡s fuertes y m‡s poderosas que las de su rŽgimen. En 1998 no se trataba solo de deshacerse de Meciar, era tambiŽn cuesti—n de convertirse en parte de la Uni—n Europea. Hab’a una visi—n para el pa’s.

El problema actual de la UE tiene que ver con las ideas. La idea de la integraci—n europea ha estado motivada por el pasado; por los horrores de la Segunda Guerra Mundial, por el Holocausto, por una larga historia de conflictos. Hoy, la idea de la UE est‡ motivada por el futuro, pero en un mal sentido. Si anteriormente era el miedo a repetir el pasado lo que empuj— hacia adelante la integraci—n europea y aument— la paz y la prosperidad, ahora las pol’ticas europeas est‡n motivadas por el miedo al futuro. Tenemos miedo a que aumente la inmigraci—n, a las consecuencias de la crisis financiera. El futuro no es algo en lo que creamos, es algo a lo que tenemos miedo.

En 1990, cuando vi a los primeros nacionalistas desfilando por las calles de Bratislava, pidiendo una Eslovaquia independiente – fue solo pocos meses antes de la Revoluci—n de Terciopelo – predije que Checoslovaquia se desmoronar’a. Nadie me habr’a cre’do en ese momento. Se consideraba imposible que un pa’s que hab’a sobrevivido a cincuenta a–os de rŽgimen comunista se partiera en dos. Pero lo imposible sucedi— dos a–os despuŽs. Ahora tengo la misma sensaci—n. El colapso de la UE es posible. Espero estar equivocado, pero las se–ales est‡n ah’.

Como escritor, veo estas se–ales en el lenguaje y en la cultura del debate. A principios de los a–os noventa hab’a un fiero debate en Checoslovaquia entre los que podr’an ser llamados “nacionalistas” y “federalistas”, entre los que quer’an partir el pa’s y los que no. Y fueron los primeros los que ganaron la batalla de ideas. Su idea era simple y poderosa: queremos nuestra propia naci—n, queremos vivir en nuestro propio Estado independiente. Los federalistas, por otro lado, eran descritos como defensores de algo artificial y burocr‡tico, algo centralista y antidemocr‡tico, y Praga era el s’mbolo de todo ello. Se les acusaba de haber perdido el contacto con la gente en las dos partes del pa’s. De hecho, era imposible que los federalistas se defendieran, porque el lenguaje que se hab’a desarrollado les convert’a en los malos por defecto.

Hoy se oye exactamente el mismo argumento sobre Europa. Los euroescŽpticos describen Bruselas como un centro de poder antidemocr‡tico y burocr‡tico que no tiene legitimidad. Cuando hasta un medio declaradamente eur—filo como EUobserver adopta vocabulario estalinista para describir las instituciones de la UE, sabes que el estado de ‡nimo es malo. Se est‡ utilizando la palabra “troika” para describir al tr’o de la Comisi—n europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional que ha prescrito conjuntamente las medidas de austeridad en Grecia y Portugal. Es dif’cil encontrar un tŽrmino con m‡s connotaciones negativas. Durante el terror estalinista, “troika” describ’a las tres personas del NKVD que deten’an y ejecutaban a los ciudadanos sovŽticos, un instrumento de represi—n pol’tica. ÁEsta palabra se utiliza ahora para representantes de las instituciones europeas!

Esto es solo un ejemplo de c—mo se utiliza el lenguaje, de c—mo se abusa de Žl, y contra eso no hay defensa. El presidente V‡clav Klaus, en Praga – siendo como es uno de los lugares m‡s euroescŽpticos de Europa – responde a la llegada de los emigrantes tunecinos a Italia llamando a Schengen “una mala idea desde el principio”. El primer ministro Petr Necas utiliza el tŽrmino “Uni—n de la deuda” para describir la UE. Esas afirmaciones son tan simples que no se puede discutir con ellas. El lenguaje sigue y sigue, y los que defienden la idea europea tienen una tarea casi imposible.

TK: Est‡s describiendo los debates sobre Europa que tienen lugar en Eslovaquia y la Repœblica Checa. Pero, Àtenemos un debate europeo? Sin duda, lo que echamos de menos es una opini—n pœblica europea comœn en la que pueda tener lugar ese debate. Sonja Puntscher-Riekman, Àpor quŽ es tan dif’cil crear una opini—n pœblica transnacional?

Sonja Puntscher-Riekman: S’ hay una opini—n pœblica europea. En toda Europa, en distintos idiomas, estamos discutiendo de lo mismo. Es posible que se con distintas connotaciones – el Žnfasis no es siempre el mismo-, pero se est‡n discutiendo muchos temas. Con todo, tenemos que darnos cuenta de que existen distintas formas de discutir sobre Europa. Expresar lo mucho que amamos a Europa no es la œnica forma. De hecho, eso no es una discusi—n, eso es una declaraci—n de amor. La democracia consiste en acomodar intereses en conflicto. Eso significa que discutimos, que tenemos conflictos constantes sobre una serie de asuntos. TambiŽn sobre Europa.

Lo que caracteriz— a la UE hasta el Tratado de Maastricht fue un proceso de integraci—n que podr’a describirse como una serie de peque–os pasos. Fue tambiŽn un proceso de integraci—n llevado a cabo a puerta cerrada. Esta pol’tica de peque–os pasos es un problema. Los representantes de los Estados miembros de Europa no tienen, por lo general, ni idea de en quŽ deber’a consistir el futuro de la UE. Si tienen un concepto – y hubo ocasiones durante el proceso de integraci—n en el que esas ideas florec’an – no se atrev’an a cont‡rsela a sus audiencias nacionales.

El t’tulo de esta conversaci—n es “La UE: Àel verdadero enfermo de Europa?” A lo largo de la historia del proceso de integraci—n, en Europa se han diagnosticado una serie de dolencias despuŽs de distintas crisis: pensemos en la pol’tica de silla vac’a de Charles de Gaulle en 1965, o el debate sobre la Euroesclerosis de los a–os setenta y principios de los ochenta. La esclerosis es una enfermedad grave, Àverdad? Sin embargo, en algœn momento a alguien se le ocurri— una idea de c—mo seguir adelante y acabar con el periodo de estancamiento. En los a–os ochenta fue la Comisi—n Delors la que lanz— una serie de proyectos que culminaron en el Tratado de Maastricht. DespuŽs de Maastricht se produjo un nuevo periodo de estancamiento en el proceso de integraci—n. Maastricht, de hecho, hab’a sido un enorme paso hacia adelante.

DespuŽs, a finales de los a–os noventa, con la inminente ampliaci—n, se lanz— el debate constitucional. Volviendo a lo que Martin Simecka ha dicho sobre el lenguaje: de repente, la palabra “constituci—n” motivaba el debate. Una vez la Constituci—n fue rechazada por los franceses y los daneses, el tŽrmino “constituci—n” ten’a que desaparecer. En la cumbre de la UE de 2007 en Berl’n, Angela Merkel culp— a esa palabra – constituci—n – del fracaso de los referŽndums. De modo que la palabra desapareci—, pero no el contenido del tratado. El Tratado de Lisboa contiene en realidad un 95% de lo que hab’a en la Constituci—n.

Esto ilustra que lo que estamos experimentando en Europa es, m‡s que nada, que los gobiernos de los Estados miembros no se atreven a decir lo que en realidad hacen una vez entran en la arena de Bruselas. Cuando vuelven a casa, se presentan como hŽroes nacionales que una vez m‡s han defendido los intereses del pa’s. Pero nunca, jam‡s dicen que han contribuido a otra parte del mosaico que se est‡ construyendo a nivel europeo. Esto es, naturalmente, nocivo para el proceso.

Hoy en d’a, muchas discusiones se centran en el hecho de que hay pagadores netos y beneficiarios netos en la UE, la llamada uni—n de transferencia. Para ser sincera, no hay manera de evitarlo: eso es el futuro de la UE. Con todo, eso no significa que no haya ideas sobre c—mo salir de la crisis actual. ÁPero hay que hacer cosas! No se trata de preguntarnos si somos europeos o no, si somos austriacos, bœlgaros, alemanes o eslovacos. La identidad se forma mediante la acci—n, en la bœsqueda, si no de la felicidad, al menos s’ de cierta idea de Europa. Y esta idea tiene que ser institucionalizada. Si concurrimos en ese proceso, la identidad vendr‡ por a–adidura.

TK: Dices que muchos pol’ticos no declaran ante su pœblico nacional lo que han dicho y hecho en el Consejo. Pero si hubiera un pœblico transnacional debatiendo esas cosas, Àno se ver’an obligados a hacerlo? ÀNo ser’a de ayuda?

SP-R: S’, por supuesto eso ser’a de ayuda. De hecho, ser’a suficiente con que los medios nacionales, los periodistas nacionales, esperaran en el aeropuerto cuando sus ministros regresaran a casa y les preguntaran quŽ han hecho, por quŽ han decidido esto y no aquello, quŽ intereses han sido representados en esa decisi—n, y quŽ implica para Europa en su conjunto. Eso es lo que los periodistas hacen cuando escriben sobre pol’tica nacional. ÀPor quŽ no hacerlo tambiŽn con la europea?

TK: Claus Offe, en tu trabajo vinculas la cuesti—n de la democracia con una discusi—n sobre la justicia social y el estado del bienestar; por ejemplo, escribes sobre el concepto de ingresos b‡sicos. ÀPor quŽ no se ha convertido en un tema de discusi—n europeo? En una reciente conferencia en el Instituto de Ciencias Humanas de Viena, hablaste de la responsabilidad social como noci—n clave de la modernidad. ÀDe quiŽn es responsabilidad curar al enfermo, la UE? Y Àtiene el proceso de sanaci—n algo que ver con los asuntos sociales?

Claus Offe: En la situaci—n actual, casi nadie pone Žnfasis en el modelo social europeo; toda la atenci—n est‡ dedicada a sobrevivir a la crisis, a impedir que las cosas se desmoronen. Pero la Agenda 2020 contiene muchas ideas nuevas e interesantes y no es tan rid’culamente ambiciosa como era la Agenda de Lisboa.

Sin embargo, un concepto que s’ se est‡ utilizando de una manera defensiva e incluso obstruccionista es “subsidiariedad”, la pol’tica de no interferencia en los espacios de jurisdicci—n que les quedan a los Estados miembros. El proceso de integraci—n negativa – “creaci—n de mercado” – hace m‡s dif’cil seguir pol’ticas sociales, iniciar reformas, a un nivel nacional. El mercado comœn ha creado un “estado de competici—n” caracterizado por una r’gida competici—n entre Estados miembros. Una de las formas que tienen los pol’ticos nacionales para cobrar ventaja en esta competici—n es plantear pol’ticas de austeridad, social y fiscal. Si un Estado miembro insiste en una tradici—n distinta – bismarckiana u otra – de organizaci—n de la sanidad, las pensiones, el mercado laboral y la pobreza, se arriesga a perder en ese “estado de competici—n”. Esta l—gica de Europa como un mercado expandido hace que los ciudadanos la perciban como una entidad que de hecho socava la protecci—n social y la seguridad socioecon—mica.

Recientemente, tanto la Comisi—n como el Consejo de Europa introdujeron un nuevo concepto que tiene potencial para inspirar un acercamiento supranacional a cuestiones de justicia social y redistribuci—n: “responsabilidad social compartida”. No sŽ si este concepto triunfar‡, pero al menos ha sido arrojado sobre la mesa. El concepto me parece interesante, pero supongo que la mayor’a de pol’ticos europeos pensar‡n que en este momento hay cosas m‡s importantes que atender. En cualquier caso, los asuntos de cohesi—n, integraci—n, solidaridad y redistribuci—n est‡n destinados a permanecer en la agenda, incluida la redistribuci—n entre Estados miembros, que actualmente se denuncia con el tŽrmino “uni—n de transferencia”.

Me gusta pensar en Europa como una serie de obras de construcci—n en marcha. Son lugares en los que materiales sin tratar son sintetizados por arquitectos e ingenieros que saben c—mo construir algo con esos materiales. Sabemos cu‡les son, y d—nde est‡n, esas obras para la construcci—n de Europa, pero en ellas no pasa nada. Los ingenieros y los arquitectos o se han quedado en su casa o se han quedado sin ideas. O bien, simplemente, son incompetentes. Europa est‡ llena de obras permanentes que hacen mucho ruido pero en las que poco o nada llega a construirse. No es sorprendente que Europa sea vista por muchos de sus ciudadanos – especialmente los m‡s vulnerables y precarios – con miedo y suspicacia y no con confianza y esperanza.

Permitidme se–alar tres de esas obras de construcci—n. La primera es evidente: el Este contra el Oeste, los viejos Estados miembros contra los nuevos Estados miembros (incluidos los futuros o potenciales Estados miembros). Diez de los doce nuevos estados miembros de la UE-27 son Estados postcomunistas, marcados por la experiencia hist—rica y pol’tica del socialismo de Estado. Los analistas han empezado a hablar sobre los rasgos espec’ficos del capitalismo postcomunista y las democracias postcomunistas. Son tŽrminos reveladores, y van acompa–ados por descripciones como el capitalismo sin capitalistas, la democracia sin dem—cratas o europeos sin aspiraciones europeas. La ampliaci—n por el este se bas— en un error impl’cito. Los viejos Estados miembros europeos, la UE-15, ten’an una sola ambici—n: asegurarse mediante control externo y disciplina de que “esa gente de ah’” se volviera “normal”, es decir, se convirtiera en democracias liberales y econom’as de mercado viables. Temerosos de los Meciars de esos pa’ses, los Estados occidentales prometieron la entrada en la UE y esperaron que eso alentara a los Estados postcomunistas a “comportarse”. La prioridad era la normalizaci—n pol’tica.

Las expectativas al otro lado del derruido Tel—n de Acero eran muy distintas. Lo que la gente quer’a no era el estado de derecho y otros rasgos de la democracia liberal, sino la prosperidad y el acceso al mercado. Pero precisamente en este aspecto han tenido que hacer frente a una sucesi—n de decepciones. Las econom’as del este de Europa resultaron ser econom’as dependientes, y muchas de ellas – no solo Letonia – fueron severamente golpeadas por la crisis financiera. En algunos lugares, el PIB se encogi— un 30% en un a–o. Se recortaron los sueldos. Todo esto ha provocado una enorme decepci—n econ—mica.

Los viejos Estados miembros tambiŽn experimentaron una serie de decepciones. DespuŽs de la adhesi—n, salieron a la superficie toda clase de fen—menos: el rŽgimen de Meciar, la nueva Constituci—n Hœngara, movimientos populistas etnocŽntricos en todas partes, etcŽtera. Se trata de fen—menos que no cuadran con la imagen de la democracia liberal. Y lo que es peor, se est‡n extendiendo tambiŽn en los viejos Estados miembros. Lo que caracteriza esta obra, pues, es la desconfianza mutua.

La segunda obra es la relaci—n entre el norte y el sur: los pa’ses del centro contra los GIPS o PIGS (Grecia, Irlanda, Portugal y Espa–a). Europa parece hasta ahora incapaz de manejar la crisis del euro de una manera que sea efectiva y aceptable para los votantes nacionales de los Estados pobres y de los ricos al mismo tiempo. Los pol’ticos quieren, ante todo, ser (re)elegidos – y no hay que culparles por ello, a eso se dedican – y si escuchas lo que dicen, un 90% de sus discursos pœblicos pertenecen a una de estas tres categor’as. La primera es “evitar la culpa”; la segunda es “llevarse el mŽrito” o “reclamar el mŽrito”; y la tercera es “tomar posiciones”, es decir, tomar posiciones que saben que son populares. Pero si buscamos a l’deres pol’ticos que est‡n cre’blemente comprometidos con la integraci—n europea – como medio indispensable para preservar logros como la paz internacional, la democracia liberal y la seguridad socioecon—mica en la megaregi—n llamada Europa por medio de la cooperaci—n, la supervisi—n y la corresponsabilidad – apenas encontramos a nadie que pueda ser ni remotamente comparado a Chuman o Monnet, Mitterrand o Kohl.

La tercera obra es la relaci—n entre los Estados miembros y Bruselas: los Estados naci—n contra la Comisi—n. Aqu’, vemos claras tendencias centr’fugas. Asuntos que necesitan ser coordinados con urgencia a nivel europeo – ejemplos recientes son la crisis de refugiados, los espinosos asuntos de la armonizaci—n impositiva, la pol’tica fiscal o el presupuesto de la UE – no son tratados conjuntamente; la voluntad y la capacidad para cooperar, simplemente, no existen. Por el contrario, los pol’ticos y los gobiernos nacionales explotan esos asuntos para ser reelegidos. Berlusconi en Roma, Sarkozy en Par’s, Seehofer en Bavaria, Merkel en Berl’n, todos ellos toman posiciones que saben que son populares, en este caso para mantener a los inmigrantes fuera y nunca pagar por los dem‡s.

Esta es una fuerte tendencia pol’tica que no solo dificulta sino que revierte la integraci—n europea. Lo sŽ, este no es un discurso muy alegre y el espect‡culo no puede contemplarse con placer. ÁEs un desastre! Y el mayor desastre es que hay pocas ideas sobre c—mo solucionarlo.

TK: Esto nos lleva a la cuarta obra: Àc—mo se relaciona la UE con el resto del mundo? ÀQuŽ clase de idea de comunidad tiene la UE? ÀY d—nde est‡n los l’mites de esa comunidad? ÀQuŽ est‡ fuera de la UE? ÀQuiŽn es el Otro?
Ivan Krastev, tœ has escrito que “Europa ha perdido la confianza en s’ misma, su energ’a y su esperanza de que el pr—ximo siglo sea el Ôsiglo europeoÕ. Desde Pek’n a Washington – incluso en Bruselas – el Viejo Continente es generalmente considerado una fuerza geopol’tica amortizada, un gran lugar en el que vivir pero un gran lugar en el que so–ar […] La emergencia de un mundo m‡s multipolar ha tenido consecuencias inesperadas tambiŽn para la visi—n del mundo que tiene Europa.” TambiŽn hablas de Europa como perifŽrica, lo que me recuerda el concepto de Dipesh Chakrabarty de la “Europa provinciana”. Esto parece sugerir una perspectiva completamente distinta sobre Europa y el mundo.

Ivan Krastev: Los diferentes usos del concepto “enfermo de Europa” a lo largo de la historia tienen algo en comœn: desde la referencia del zar Nicol‡s al Imperio Otomano en el siglo XIX hasta los a–os ochenta, cuando fue utilizado para la Uni—n SoviŽtica y sus satŽlites hasta hoy – Bulgaria siempre ha sido uno de ellos. Psicol—gicamente, es importante, y quiero recoger lo que Martin Simecka ha dicho antes. Una raz—n importante para las diferencias entre los europeos del este y del oeste, que se refleja en esta crisis, es que somos rehenes de distintas experiencias. Un bœlgaro que ten’a veinte o veinticinco a–os en 1989 asume que cualquier statu quoes inestable. En Bulgaria, se cre’a que el comunismo durar’a para siempre, pero no lo hizo.

Parte de la estrategia en el debate actual sobre la crisis europea es trivializarla. Esto es tan cierto para el mundo financiero como para la pol’tica: ya no estamos luchando contra problemas, estamos tratando de prevenir el p‡nico.

Se ha dicho que la UE est‡ perdiendo su narraci—n. Creo que los europeos nos hemos convertido en v’ctimas del modo en que contamos nuestras historias. La UE ha superado un buen nœmero de crisis distintas, y estoy muy de acuerdo con Sonja Puntscher-Riekmann en ese aspecto. Hemos contado la historia de Europa como un proyecto que ha sido llevado a cabo. Cuando te pones a hablar de ese proyecto, surgen preguntas: ÀY ahora quŽ? ÀAd—nde ir‡ a parar este proyecto? Y se trata de una pregunta muy dif’cil de contestar. Quiz‡ la pregunta que deber’amos hacer es: ÀQuŽ crisis nos ayudar‡ a dar un paso adelante y solucionar este problema o aquel?

Se trata de una paradoja que conocemos gracias a los pa’ses de las antiguas Yugoslavia y Uni—n SoviŽtica: aunque la generaci—n m‡s joven tiene una mentalidad mucho m‡s europea que la anterior, est‡ menos interesada en defender la UE. La da por hecho: defenderla no tiene sentido para ellos. La construcci—n de una identidad es una tarea dif’cil. La identidad se construye mediante una serie de experiencias traum‡ticas, las guerras y dem‡s. Es dif’cil, si no imposible, construir una identidad solo por medio de instituciones.

Una respuesta a tu pregunta es que la UE ha interpretado mal las condiciones para su Žxito. La UE ha sido muy cr’tica con el mundo unipolar americano. Pueden haber habido buenos argumentos morales para eso, pero el papel especial jugado por la UE durante los œltimos quince a–os estaba en gran medida en el contexto de la hegemon’a estadounidense. Ese era el contexto en el que la UE puso la pol’tica de seguridad entre parŽntesis y desarroll— su “poder blando”. As’ fue cu‡ndo y c—mo la UE form— su percepci—n de su propia identidad. Esto pertenece al pasado. En un mundo postamericano, la UE, en lugar de ser el mayor beneficiario, se est‡ convirtiendo r‡pidamente en una de las principales v’ctimas. No solo en el plano econ—mico, sino tambiŽn en la pol’tica exterior.

Se puede advertir en el caso de Libia. Tres de los grandes Estados europeos deciden c—mo responder por s’ mismos a partir de la situaci—n de su pol’tica domŽstica. Nicolas Sarkozy decidi— intervenir por su pol’tica domŽstica. Angela Merkel decidi— abstenerse en el Consejo de Seguridad por su pol’tica domŽstica. Se trata de un momento hist—rico. Por primera vez tienes una situaci—n en la que las Žlites de la pol’tica extranjera han perdido totalmente el control de la agenda de la pol’tica exterior. Desde este punto de vista, Ála pol’tica exterior europea no existe!

La consecuencia es la marginaci—n de Europa. Se trata de un proceso que en cierto sentido era inevitable. En tŽrminos econ—micos, Europa no va a tener el peso que ten’a. Europa est‡ sobrerrepresentada en todas las instituciones internacionales y eso tampoco durar‡ mucho m‡s. La verdad, es un tanto rid’culo tener naciones europeas peque–as o medianas amenazando con su veto mientras grandes pa’ses como Brasil o India no tienen representaci—n.

Como consecuencia de todo esto, nuestra percepci—n de nuestro propio modelo ha cambiado. Hace cinco a–os, la gente inteligente pod’a decir que aunque Europa no fuera un gran poder militar, todav’a represent‡bamos el futuro del mundo. Somos postnacionales y postsoberanos; nuestro manera de hacer es la manera de hacer que se desarrollar‡ naturalmente. Ahora hemos descubierto que lo que cre’amos universal es en realidad excepcional. Por ejemplo, Europa es un lugar secular, pero ese secularismo no se extiende globalmente. Por el contrario. Lo mismo sucede con la soberan’a: cre’amos que en cuanto un pa’s fuera democr‡tico, tambiŽn abrazar’a la visi—n postmoderna de soberan’a. Pero mirad a la India, un pa’s democr‡tico pero tambiŽn muy soberanista.

De modo que nos enfrentamos a un mundo que esper‡bamos que siguiera nuestro camino pero no lo ha hecho. Esta es parte del problema al que nos enfrentamos.

Por lo que respecta a la ampliaci—n, la comparaci—n entre el 1989 en la Europa del Este y el 2011 en el mundo ‡rabe es muy reveladora. 1989 abri— la imaginaci—n democr‡tica de Europa. Pol’ticos y ciudadanos europeos por igual ten’an la sensaci—n de que se pod’a transformar el mundo que te rodeaba, que se pod’a hacer que los dem‡s se volvieran como tœ. 2011, en cambio, ha disparado la imaginaci—n demogr‡fica de Europa. Ahora Europa teme que los pa’ses del norte de çfrica exijan que nos abramos a ellos. Lo œnico que vemos de esos pa’ses son inmigrantes. Ya no vemos oportunidades, vemos riesgos. ÁEs un cambio dram‡tico! El miedo a la inmigraci—n, este miedo demogr‡fico, se ha convertido en un elemento vertebrador de la UE. Ya no hay proyecto, ni idea sobre el futuro. Pensamos en el futuro en los mismos tŽrminos que las compa–’as de seguros: la cuesti—n es minimizar el riesgo. De ah’ que los pol’ticos m‡s exitosos sean gestores de riesgos.

Estos miedos pueden en ocasiones ser irracionales, pero la gesti—n de los riesgos percibidos es todav’a lo que cuenta. Tomemos el ejemplo de Alemania, un gran pa’s con una esfera pœblica desarrollada y conocido por sus peri—dicos serios. En 48 horas, reaccionando a los terremotos en Jap—n, el pa’s dio un giro de ciento ochenta grados en su pol’tica energŽtica. No tengo nada en contra de ese giro, pero me preocupa la velocidad con la que tuvo lugar.

La manera de hacer pol’tica ha cambiado radicalmente, en el sentido de que ya no existe un Otro constituido al que vamos a transformar. El modo en que Europa se relaciona con sus vecinos consiste en decepcionarse. Fue f‡cil decepcionarse de Bulgaria en los noventa, como lo es estar decepcionado de Ucrania ahora. Pero cuando tienes confianza en ti mismo, la decepci—n es un reto; cuando tienes dudas sobre ti mismo, la decepci—n es una excusa. Por desgracia, el hecho de que los dem‡s no te importen no significa que no vayan a crearte problemas. El nivel de interdependencia es tan elevado que no hay forma de impedirlo. Durante veinte a–os el centro se ha expandido hasta la periferia; Alemania, Francia y los dem‡s Estados miembros centrales han estado dando una nueva forma a sus vecinos. Hoy, por primera vez, la periferia ha llegado al centro.

SP-R: No hay nada m‡s dif’cil que afrontar los temores. A lo largo de la historia, los temores se han tratado de formas muy problem‡ticas. Sin embargo, estoy de acuerdo contigo: hay que tomarse los temores en serio. Cuando la gente tiene miedo de algo, la respuesta m‡s comœn en los œltimos ciento cincuenta a–os ha sido recurrir al Estado naci—n. No es solo un fen—meno europeo, pero en Europa esa respuesta tiene connotaciones muy negativas. El Estado naci—n es una construcci—n relativamente joven en la historia de Europa y el continente est‡ lleno de Estados extremadamente j—venes, como Alemania, Italia (que acaba de celebrar su ciento cincuenta aniversario), Eslovaquia… Pero nos comportamos como si estuvieran ah’ desde hace un tiempo inmemorial. Es una idea que se le ha vendido a la gente con mucho Žxito.

ÀCu‡l podr’a ser el modo de romper con ese patr—n, de crear un relato europeo? Mi f—rmula es esta: tenemos que construir una repœblica democr‡tica europea. El Žnfasis deber’a estar en la palabra repœblica. Eso evitar’a el paralelo cl‡sico con la construcci—n nacional, que mucha gente mira con miedo: centralizaci—n, un superestado europeo. Si en vez de eso hablamos de repœblica, que significa que la res publica debe concebirse y gestionarse en un nivel supranacional, utilizamos un lenguaje muy diferente.

Por eso tambiŽn me he centrado antes en la Constituci—n Europea. Es la palabra que acompa–a al tŽrmino repœblica. Parad—jicamente, la constitucionalizaci—n de Europa sigue en marcha: en el terreno de la pol’tica monetaria, se produce un alto grado de centralizaci—n, y parece que lo aceptamos. En otras ‡reas, parece que somos mucho m‡s cr’ticos. ÀA quŽ viene esta esquizofrenia? Estoy profundamente convencida de que, si los pol’ticos en el gobierno adoptaran un lenguaje nuevo, empezaran a hablar de una repœblica europea y vendieran esa idea de forma convincente, entrar’amos en una fase del debate totalmente nueva. No sŽ si funcionar’a, pero deber’amos intentarlo.

MS: S’ y no. Antes he hablado de ideas, pero a veces lo que funciona de verdad es la acci—n y la pr‡ctica. Antes de que el rescate de Grecia y Portugal se impusiera en la agenda, Eslovaquia era un miembro muy feliz de la eurozona. Vivo en Eslovaquia y en la Repœblica Checa y puedo seguir los distintos debates nacionales sobre Europa. En Eslovaquia, adoptar el euro significaba, desde el principio, debatir no solo sobre la moneda sino sobre Europa en general. Era una Europa muy pr‡ctica, la percib’as cada vez que ibas a hacer la compra. Sorprendentemente, los eslovacos eran muy aficionados a Europa: antes de la reciente crisis, m‡s del 75% de los eslovacos ten’an una opini—n positiva de la UE. En cambio, los checos, que no tienen el euro, son muy escŽpticos: solo el 34% querr’a formar parte de la eurozona y, si hoy hubiera un referŽndum para entrar en la UE, los checos no querr’an unirse.

Eso me hace pensar que un trabajo pr‡ctico, institucional, puede crear una Europa sin ideas.

SP-R: ÁPero el dinero es una idea!

MS: S’, y ahora el problema es la deuda.

IK: ÁLa falta de dinero no es una idea!

MS: He hablado de esto porque ahora tenemos un problema muy pr‡ctico, que consiste en c—mo resolver una crisis que evolucion— desde una crisis financiera y econ—mica a una pol’tica. V‡clav Klaus tiene raz—n en una cosa: los pol’ticos no se atreven a decir la verdad. Si dijeran que tenemos que salvar el euro porque es un asunto de interŽs nacional, todo ser’a diferente. Pero no lo dicen. Y no pueden decirlo.

En cuanto a la cuesti—n de la decepci—n de los nuevos Estados miembros, todav’a pienso que en Europa oriental hay cierta esperanza y expectativa de que Europa pueda evitar que un capitalismo de tipo mafioso y una corrupci—n del sistema se impongan en esos pa’ses, de que pueda salvarnos de nuestros errores de los œltimos veinte a–os.

CO: Construir una repœblica europea es una tarea muy exigente, quiz‡ demasiado. Hist—ricamente, las repœblicas – o, en general, los Estados naci—n – han alcanzado la existencia vinculadas a una idea de liberaci—n, bien a travŽs de la unificaci—n, como en Alemania e Italia, bien a travŽs de la separaci—n de poderes imperiales, como en Grecia en la dŽcada de 1820. Los Estados miembros ya disfrutan de sus libertades, que est‡n consagradas en sus constituciones nacionales. No existe un paralelo de ese esp’ritu en la Europa actual. Pol’ticamente somos tan libres ahora como antes, aunque quiz‡ no gocemos de la misma seguridad social y econ—mica. Y sin duda la UE no puede llevarse el crŽdito de la liberaci—n de Europa oriental con respecto al yugo soviŽtico.

SP-R: S’, tienes raz—n. Por supuesto, la liberaci—n no ser’a similar a la de Grecia en la dŽcada de 1820 o de Europa oriental en 1989. En este caso, nos liberar’amos Del destino de ser marginales e irrelevantes en el mundo. Mi concepci—n del republicanismo no tiene que ver con la liberaci—n de monarcas absolutos o tiranos imperiales, sino con la reinvenci—n de la capacidad de actuar en un contexto global. Eso nunca lo conseguir‡n naciones peque–as por s’ solas, y tampoco las grandes.

Uno de los problemas de la obra de la construcci—n europea, por retomar la met‡fora, es que el proceso de integraci—n inicial en los a–os cincuenta, sesenta y setenta permit’a el “rescate” del Estado naci—n soberano. A la sombra de esa integraci—n, los Estados naci—n regresaron. Pero son solo apariencias. Eslovaquia nunca lograr‡ que su voz se escuche en el FMI o la OMC. As’, nos habremos liberado del espejismo de considerarnos importantes. No lo somos – a menos que estemos unidos.

La UE no es el enfermo de Europa: los Estados miembros son los enfermos de Europa. La UE es lo que los miembros quieren que sea. La famosa frase de George Washington tambiŽn es cierta con respecto a Europa: “Debemos seguir todos juntos o sin duda colgaremos todos por separado.” Es, claro, una forma distinta de colgar: no hay brit‡nicos que nos vayan a colgar del cuello, pero, si no nos unimos, estamos condenados a la marginaci—n y la irrelevancia.

En cuanto a la demograf’a, el problema es que Europa no se declara un continente de inmigrantes, cuando lo es. De hecho, ser‡ necesaria mucha m‡s inmigraci—n para mantener una estructura demogr‡fica que resulte sostenible en tŽrminos socioecon—micos. Reconocer eso ya representar’a una visi—n de la inmigraci—n diferente a la que tenemos en la actualidad: decir que la inmigraci—n forma parte de la realidad y que la UE tendr‡ una pol’tica comœn sobre el asunto, como otros pa’ses de inmigrantes, en vez de permitir que distintos Estados o regiones – Italia, Lampedusa o cualquier otro cuando se produce una crisis – intenten afrontar el asunto como puedan.

IK: Creo que no estamos siendo justos con los pol’ticos. A diferencia de los intelectuales, tienen que enfrentarse a sus votantes regularmente. Hay que hacer algunas elecciones dif’ciles y no todas las cosas buenas van juntas. Voy a usar de nuevo el ejemplo de la inmigraci—n. Muchas investigaciones muestran que existe una fuerte correlaci—n positiva entre la homogeneidad Žtnica de una sociedad y el apoyo a la redistribuci—n de la riqueza. En buena medida, la solidaridad se basa en la idea de una comunidad Žtnica. Aqu’, dos de los principios m‡s importantes de la izquierda chocan entre s’. Por una parte, est‡ la solidaridad, que es m‡s f‡cil de poner en pr‡ctica en un contexto nacional que en un contexto europeo. Por otra, hist—ricamente la izquierda ha promovido la tolerancia y la apertura hacia el otro. No sabemos c—mo afrontar eso y terminamos intentado criminalizar los miedos de la gente. No es una buena medida.

SP-R: No estoy muy segura de que la redistribuci—n solo sea posible en una sociedad Žtnicamente homogŽnea. Nac’ en Italia y desde ni–a he o’do que no deber’amos transferir la riqueza del norte al sur, perezoso y gobernado por la mafia. Es la misma canci—n que ahora se oye en BŽlgica. La homogeneidad Žtnica no es una garant’a para la solidaridad, y tampoco un requisito.

IK: En todo caso, el republicanismo es una idea muy atractiva y me siento inclinado a coincidir con vosotros en que habr’a Que abordar de ese modo la marginaci—n de Europa. Pero es interesante ver c—mo Europa formula su marginaci—n en la actualidad: la trivializa. La marginaci—n no es una guerra, con un momento en el que alguien te ataca y tienes que defenderte. Pierdes poder e influencia gradualmente, d’a a d’a.

En vez de afrontar la realidad, Europa hace de su debilidad una virtud, reformulando cada conflicto de seguridad como un problema de condiciones sociales o algo por el estilo. Si uno quiere recurrir al republicanismo como respuesta, debe reconocer los problemas reales. Los veintisiete Estados miembros deben hacerlo – al menos, al nivel de las Žlites. Pero se supone que Europa no tiene problemas. Estamos dedicados a la tarea de trivializar todo lo que le sucede a Europa. Ahora hay l’deres pol’ticos que dicen que el fin del euro es el fin de la UE, pero, si ma–ana dos o tres pa’ses fueran a abandonar la UE, el mensaje ser’a que no habr’a pasado nada: “Hemos decidido que en este momento probablemente es mejor…”

CO: Pueden distinguirse muy pocos tipos de ideas distintos en el debate actual sobre el futuro de Europa. El m‡s modesto – que claramente no es operativo – es que no hay alternativa: no podemos retroceder, aunque nos estanquemos. S’, podr’a crear problemas volver hacia atr‡s, pero eso no impedir‡ que alguien lo haga: no se puede excluir la posibilidad de regresi—n y desintegraci—n. Basta con mirar la demolici—n danesa de la normativa Schengen.

El segundo argumento tiene que ver con la econom’a de escala: Europa necesita ser grande para ser un pr—spero actor global. Por tanto, debemos unir nuestros recursos, sean econ—micos o militares. La expansi—n de los mercados producir‡ una prosperidad y un crecimiento eternos, como afirmaba el informe Cecchini en 1988. Es lo que dice el argumento. Sin embargo, nada de eso es cierto. No hay raz—n para apoyar a Europa porque sea una m‡quina de crecimiento o un poder global, segœn la base de la econom’a de escala. DespuŽs de todo, esa m‡quina de crecimiento, en la medida en que opera, producir‡ ganadores y perdedores; y debilita m‡s que refuerza la corresponsabilidad democr‡tica.

Ni las teor’as sobre la irreversibilidad ni las perspectivas de crecimiento econ—mico son suficientes como base para confiar en Europa y su sostenibilidad. Pero en la actualidad las Žlites europeas se contentan justamente con esos dos argumentos. No se les ocurre un tercero. Y, hay que admitirlo, no es f‡cil. Tu repœblica europea, si te entiendo bien, ser’a algo que galvanizar’a las pasiones y lealtades de gente que se considera perteneciente a una comunidad pol’tica transnacional. El problema es que eso no lo generan el crecimiento y la competici—n; lo genera una idea – y esa idea es precisamente lo que falta.

Si les preguntas a los europeos cu‡les son las tensiones y conflictos de sus sociedades y les das tres alternativas – trabajo frente a capital; patronos frente a empleados; o inmigrantes frente a poblaciones ind’genas-, la cantidad de gente que escoge la tercera alternativa es cinco veces m‡s grande que la que elige las otras dos juntas. Esa es la percepci—n dominante de los conflictos sociales de hoy. Pero es irracional. Europa es un continente de inmigrantes, y le interesa serlo. Los controles restrictivos solo incrementan la inmigraci—n irregular, en vez de dejar a la gente fuera. Frontex es, en general, un fraude, inventado para el consumo y el apaciguamiento pœblico. Si quieres y puedes intentar entrar en Europa tres veces por sus fronteras exteriores, el porcentaje de Žxito es del 98%.

Puedes entrar si quieres, pero en condiciones miserables que tambiŽn son muy costosas para las sociedades de destino. As’ que necesitamos encontrar una soluci—n para eso. Y la œnica soluci—n es el proceso largo y costoso de la integraci—n (educativa, econ—mica, pol’tica) de gente que, a pesar de todo, llega. Pero ningœn pol’tico se atreve a decir esa verdad a sus electores, porque piensan que hacerlo aumentar‡ el apoyo a los partidos populistas y xen—fobos. En realidad, es exactamente al revŽs: al quedarse callados ante ese hecho sencillo de la vida europea, hacen que el apoyo a la derecha populista se vuelva m‡s fuerte, ya que por razones de oportunismo electoral nadie se atreve a contradecirles vigorosamente.

Es una trampa muy peligrosa de la ret—rica europea. Si pudiŽramos dar un peque–o paso adelante, ser’a ese: decirnos la verdad a nosotros mismos, dec’rsela a los votantes, a los Berlusconi de este mundo… Ante la general escasez de ideas, creo que esta es la mejor que se nos puede ocurrir.

MS: He empezado hablando de la deprimente falta de ideas, pero en realidad tengo una visi—n optimista. Quiz‡ necesitamos una crisis aœn m‡s profunda que la que tenemos en este momento. Eso obligar’a a los euroescŽpticos defensores del Estado naci—n a definir lo que de verdad quieren hacer con esos Estados naci—n. En Europa oriental, el Estado naci—n es sin—nimo de corrupci—n y no es f‡cil defender esa idea. Adem‡s, si algunos pa’ses fueran a abandonar la UE, Àpor quŽ no? Ser’a un experimento interesante y esos pa’ses tendr’an mucho que demostrar.

Quiz‡ los eur—filos padezcan una escasez de ideas, pero la de los euroescŽpticos es todav’a mayor. Podr’a ser una batalla de ideas muy interesante: Àcu‡l es la mayor carencia?

Published 20 October 2011
Original in English
Translated by Daniel Gascón, Ramón González Férriz
First published by Letras Libres 7/2011 (Spanish version); Eurozine (English version)

Contributed by Letras Libres © Therese Kaufmann, Ivan Krastev, Claus Offe, Sonja Puntscher-Riekmann, Martin Simecka / Letras Libres / Eurozine

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